Leo Castro: una breve historia de cómo llegué a la familia de los payadores
Las Yeguas de Don Tavito.
Aguaita que son bonitas,
Le falta rushe en los labios
Pa’ parecer señoritas.
Escribía Don Julio Chavez para referirse a las exposiciones ganaderas que se hacían en la Hacienda Rucamanqui en la primera mitad del Siglo XX.
¿De dónde saliste vos?.
De atrás del árbol saliste,
Dejaste tu Bollo atrás
¿Por qué no te lo comiste?
Decía mi abuelo Juan Rojas mientras jugábamos al Naipe.
Luego me enteré que eran “Coplas”, sin saber aún que con el tiempo me haría Payador y que las improvisaría, tanto arriba como abajo del Escenario. Todo esto tras conocer los maravillosos Payadores Chilenos, gracias a mi amigo Fernando Yáñez, quien generosamente me invitó a ser parte de esta maravillosa familia.
Aprendí entonces lo que era la Paya, conocí sus reglas estrictas y me sumé a los “Improvisadores”.
Me maravillé con El Puma de Teno (con alas y todo), con Manuel Sánchez, con Moisés Chaparro, Santos Rubio, Arnoldo Madariaga, Luis Ortúzar, y un enorme y agradecido Etc.
Ahora, soy uno más de aquellos juglares modernos que llevamos orgullosos la herencia del Mulato Taguada y Don Javier De la Rosa, procurando aclarar donde otros oscurecen.
Payar es “Conversar en Verso” dice Fernando Yáñez, pretendiendo mediante esa frase que no puede existir la paya sin (valga la redundancia) la existencia de dos payadores entrenados el uno al otro en una lid poética e improvisada, dado que la Paya no es otra cosa que el fruto de esa lid.
No ahondaré en el tema, ni me referiré por ahora a las estructuras poéticas con que improvisamos; solo agregaré que es una tradición latinoamericana, que los payadores existimos en todos los países latinos, constituyendo una enorme familia que de vez en cuando nos damos el gusto de juntarnos.